-A ellos no les sirve de nada, respondió Alicia, pero supongo que le es útil a quienes dan los nombres. "
(Lewis Caroll, "Del otro lado del espejo",1871)
Y quienes dan los nombres, clasifican, ordenan, construyen una idea en torno a lo que debés, a lo que debemos ser y establecen una relación entre la verdad y el poder que atraviesan nuestros cuerpos y nuestros deseos. Este poder que destila verdades nos dice quiénes somos, a quién amar, cómo amar, qué es normal, qué es anormal, quién está sano y quién está enfermo. Tenemos representaciones, significaciones compartidas, esto es lo que mantiene unida la sociedad. Este conjunto de significaciones compartidas que constituyen el imaginario social instituido definen y estipulan lo que para dicha sociedad será lo valorado y lo rechazado, lo normal y lo patológico, lo que es "real" y aquello que no lo es, lo que tiene sentido y lo que no lo tiene, lo cuestionable y lo imposible de ser siquiera pensado.
Michel Foucault al investigar la evolución de la noción de "individuo peligroso" en la psiquiatría legal, pone de relieve el pasaje de una adecuación del castigo a las "conductas", en los códigos penales anteriores al siglo XVIII, a una necesidad de adaptarlo a la "naturaleza" del criminal. Cambio que requirió de la intervención de la "medicina mental" en la institución penal. La Medicina, y en particular la Psiquiatría como higiene pública, debía bregar por una profilaxis del cuerpo social, individualizando a los sujetos "peligrosos" para por un lado, protegerlo de ellos, y por otro lado, aplicar una terapéutica que "reformara" a estos sujetos, una ortopedia, un tutor para enderezar el árbol que crece torcido.
Consecuentemente, se pasó de la penalización de las que eran llamadas prácticas de sodomía a la invención del sujeto homosexual, con el consiguiente interés por indagar su naturaleza, la etiología, si puede diseminar o infectar al cuerpo social con su anomalía, si es hereditaria o adquirida.
Estos imaginarios sociales que circulaban respecto de la homosexualidad, se hicieron "texto" en los discursos y teorías, y "carne" en las prácticas.
El imaginario médico, la mirada psiquiátrica , las ciencias en su afán de darle certezas a la sociedad, marcan la vida y muerte, nos nombran: uranistas, sodomita, invertido, vicioso, anormales, monstruos..
Foucault en su libro "Los anormales" citaba los exámenes médicos psicológicos de homosexuales presos por robos:
“sin ser intelectualmente brillante, no es estúpido, encadena bien las ideas y tiene buena memoria, Moralmente es homosexual desde los 12 o 13 años y en sus inicios ese vicio no habría sido mas que una compensación de las burlas que soportaba cuando niño…Quizás su aspecto afeminado agravo esta tendencia a la homosexualidad… hace tres mil años , seguramente habría residido en Sodoma y los fuegos del cielo lo habrían castigado con toda justicia por su vicio. “
Y por el río de la plata las denominaciones, las formas de nombrarlos, aquella generación que pensó un país, desde teorías higienistas y que detestó por igual, a putos, tortas, negros, pobres e indios, también nombraban, definían, caracterizaban."
"Si un joven, hijo de madre dominante; si otro de padre brutal y tiránico y madre sufrida y sumisa; un tercero de progenitores equilibrados; un cuarto que quiere mucho a la hermana, ingresan simultáneamente en un internado profesional donde existe un clima de perversión homosexual, todos concluirán por ser uranistas. Si el psicoanalista interpreta cada uno de los cuatro casos encontrará la explicación en la causa anotada y no en el ambiente corrompido, y las cuatro interpretaciones pansexuales serán entre sí diferentes y contradictorias por ser frutos de la imaginación creadora de los adictos a la doctrina"
El 17 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS) excluyó la homosexualidad de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud.
El Gobierno del Reino Unido hizo lo propio en 1994, seguido por el Ministerio de Salud de la Federación Rusa en 1999 y la Sociedad China de Psiquiatría en 2001.
En Estados Unidos, en 1973 los dirigentes de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) habían votado previamente de manera unánime retirar la homosexualidad como trastorno de la sección “Desviaciones sexuales” del “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales”.
Esta decisión fue oficialmente confirmada, en 1974, por una mayoría simple de los miembros generales de la APA votaron quitar ese diagnóstico por la categoría más suave de "perturbaciones en la orientación sexual", que fue posteriormente cambiada por "Homosexualidad ego-distónica", que a su vez fue borrada en 1986. Actualmente la APA clasifica ahora el persistente e intenso malestar sobre la orientación sexual propia bajo "Trastornos sexuales no especificados".
A pesar de esto, todavía el trabajo por el reconocimiento de derechos y la igualdad social para lesbianas, gays, travestis, transgeneros, bisexuales, intersexs no ha finalizado. Así queda demostrado cuando sectores ultra conservadores continúan afirmando que la homosexualidad "se puede curar".
Hoy alrededor de 85 países en el mundo criminalizan la homosexualidad y condenan los actos sexuales entre personas del mismo sexo con penas de prisión. En Afganistán, Irán, Mauritania, Nigeria, Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Yemen, la homosexualidad se castiga con la pena de muerte.
Incluso en otros países donde la homosexualidad no está tipificada en el código penal, las persecuciones se multiplican. En Brasil, por ejemplo, 960 asesinatos homofóbicos fueron censados oficialmente entre 1980 y 2000. Pero la homofobia no solo se evidencia en penas de prisión y muertes, tiene múltiples manifestaciones. Se coarta la libertad de muchas lesbianas, gays y bisexuales, provoca problemas de aceptación personal y les impide vivir su orientación sexual con naturalidad.
La homosexualidad, el lesbianismo, el travestismo, la bisexualidad no son enfermedades.
La homofobia, la lesbofobia, la bifobia, la travestofobia sí.
Testimonios
"Hay un rectángulo negro en mi cara, cubriendo mis ojos en este momento, casi de oreja a oreja, limitando en mi frente, dejando tan solo adivinar la punta de mi nariz emergiendo de la sombra. Hay un rectángulo negro en mi cara. Ustedes no pueden verlo, pero ahí está. En algún lugar, en el limbo alcanforado donde cuidadosamente se guardan los libros de medicina ya no escritos, y aquellos aún por venir, hay uno de tapas imprecisas donde seguramente constan:
• Mi estatura.
• El número de mis días.
• Mi peso desnudo, y también vestido.
• Las reacciones de mis pupilas expuestas a la luz, la oscuridad, la exhibición de perros dormidos, monjas de negro y peces copulando.
• La cartografía exacta de mis genitales, por dentro y por fuera, mapa de una terra incognita, situada más allá de la fronteras que divide el más acá de los humanos y la otredad aberrante de los monstruos.
• Una foto de mi cuerpo, con los ojos tapados por un rectángulo negro. A mí espalda, una escuadra gigantesca marca los puntos de fuga de lo humano a lo monstruoso.
Pertenezco a la estirpe sagrada de los hermafroditas. Figuramos en cualquier diccionario de mitologías, de las más antiguas a las más recientes. Encarnamos sueños de completud, y definiciones políticamente correctas del estar-en-el-mundo; horizontes de corporalidad postmoderna; injurias arrojadas a la cara de otros y otras (de hermafroditas han sido tachados, sin ir más lejos, homosexuales y feministas). Conjugados en el mito y la leyenda, el discurso y la práctica médica nos han transformado en otra cosa, nos han conferido otro status ontológico; a lo largo del siglo XX el espesor mitológico del hermafroditismo se ha vuelto mundano, ha cambiado de nombre, ha ingresado a los discursos y prácticas del saber, se ha vuelto intersex. Pero aún arrojados por la ciencia del Olimpo a la Patología, la naturaleza monstruosa de nuestra naturaleza se conserva intacta.
¿De qué estamos hechos los monstruos?¿Qué material sobrenatural nos constituye, qué lógica no euclidiana nos informa, qué reglas organizan el orden de nuestras apariciones y desvanecimientos? Contra cualquier expectativa de una súbita revelación aguardando entrelíneas, debo advertirles que las personas intersex, versión contemporánea y científica de aquella estirpe monstruosa de tan buena cuna estamos hechas, básicamente… de carne. Carne latiente, regada por sangre roja, carne mortal, en suma: carne tangible. Contra toda leyenda, no se nace intersex. Se llega a serlo. Monstruos de los últimos mundos, los modos y estilos de ese hacernos, en realidad no nos pertenecen.
La llegada de un bebé intersex constituye, en todo el mundo occidental, una emergencia médica. Su nacimiento disparará el funcionamiento de una maquinaria biotectnológica destinada a identificar, catalogar e intervenir: un bebé intersex es aquel cuyos genitales no conforman expectativas socioculturales acerca de lo que deben ser los genitales de un varón para ser correctos, o lo que deben ser los correctos genitales de una mujer. Y esa no conformidad de expectativas de género es abordada e intervenida, consistentemente, bajo los términos de la enfermedad, a través de una continua patologización de la diferencia morfológica."
Mauro Cabral (Ponencia presentada en las II Jornadas de Reflexión “Monstruos y Monstruosidades”, organizadas por el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (Filo-UBA) en 2002, y publicado en revista Mora 9/10, Diciembre 2004).
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